En nuestra anterior entrada vimos cómo
entre principios del siglo y hasta los 70 el género del western
había estado en un ciclo de retroalimentación con la propia
sociedad americana, siendo moldeado a imagen y semejanza de la
misma y, a su vez, dándole a esta un referente, en ocasiones
idealizado, al que aspirar. La llegada del Spaghetti western supondría
una ruptura con el western tal y como se entendía con anterioridad
y, tras la explosión de esta nueva visión de entender el género,
muchos de sus principios temáticos y artísticos se transformarían
en elementos indisolubles e identitarios del propio género.
En los años 80, la sociedad americana
fue un paso más allá y, ante las experiencias sufridas en una de
las peores décadas del s. XX en EEUU, decidieron votar a un cowboy
para que ocupase la Casa Blanca, Ronald Reagan (no era un cowboy real
ojo, simplemente interpretó a unos cuantos). La revolución
conservadora de Reagan traería resultados variopintos, una
recuperación profunda de la economía, un considerable aumento de la
deuda, la victoria casi total (con cierta ayuda árabe) en la Guerra
Fría contra una URSS que tras el estancamiento brezhneviano estaba
casi en K.O. técnico, (El proceso de colapso de la Union Sovietica
es un tema apasionante que creo que el cine de Tarkovski refleja
tácitamente) el regreso a un optimismo y una confianza en el estilo
de vida y los valores tradicionales americanos y el retorno a un
Estados Unidos unificado y estable tras una convulsa década de 1970
y los fracasos políticos de sus predecesores durante este decenio,
Nixon, Ford y Carter.
Además de todo esto, en el campo del
entretenimiento Reagan patrocinó su propia revolución personal.
Tras llegar a la presidencia, el bueno de Ronald decidió que una
buena forma de estimular la maltrecha economía domestica era una
política de desregulaciones. En el contexto del cine, hasta los años
80 estaban en vigor fuertes regulaciones que, para proteger (en
teoría) la libertad de expresión y la imparcialidad de los medios,
regulaban de forma muy estricta quien y en qué condiciones podía
ser dueño de un estudio cinematográfico. Reagan mandaría estas
regulaciones (junto con otras) a mejor vida y a consecuencia de esto,
decenas de empresas que no tenían hasta el momento nada que ver con
el negocio audiovisual (grandes promotoras inmobiliarias, bancos y
fondos de inversión, compañías de telecomunicaciones, etc.)
entraron cargados de billetes en Hollywood. Los estudios se veían
ahora con una capacidad para quemar dinero prácticamente inédita en
su historia y dirigidos por consejos de administración que en la
misma reunión podían discutir tanto el margen de rentabilidad de su
porfolio de inversiones en el mercado del petroleo y el carbón como
qué películas producirían y qué directores contratarían durante
el próximo año fiscal ¿Qué podría salir mal? El resultado fue
una antítesis del cine contracultural, independiente, oscuro y adulto
de los 70 y el alzamiento de la figura del "Blockbuster",
consolidando un cine de masas, orientado en ocasiones a toda la
familia, que evitaba temas que supusieran cualquier tipo de calado
intelectual o conflicto moral para no entorpecer el disfrute de los
espectadores con cosas inútiles como pensar y con mensajes políticos
muy en la línea de la presidencia de Reagan, ensalzando los valores
inherentemente americanos. Así, protagonistas antiheroicos y
moralmente complejos como Steve McQueen, Paul Newman o el propio
Clint Eastwood van desapareciendo para dejar paso a los
hipermusculados nuevos héroes 100% americanos Stalone,
Schwarzenegger, Lungren o Van Damme (curioso que la mayoría de estos
actores sean no americanos sino europeos, pero me temo que la mayoría
del público no captó la ironía). Además de esto, la entrada de
los dólares del "Big Corp" facilitó que los estudios
pudieran afrontar financieramente la realización de películas con
cada vez más presupuestos para innovadores efectos especiales y
producciones a gran escala en una carrera por conseguir el contenido
más espectacular con las que productoras más modestas eran casi
incapaces de competir en una dinámica que se mantendrá, no sin
ciertos puntos de inflexión, hasta hoy en día (así que sí, puede
decirse que en cierta medida Ronal Reagan es el responsable del cine
de superhéroes.)
¿Pero volviendo al tema que nos ocupa,
qué significó esto para el western? Muy sencillo, en los 80 el
género sufre un parón. Los estudios se dan cuenta de que el género
ya no conecta con un público cada vez más joven y que se mueve en
otros códigos. Un público al que el cine del oeste ya no le dice
nada y que por una brecha generacional no llega tampoco a conectar
con los temas ahí tratados. De esta forma, el western comenzará un
declive hasta su revitalización en los años 90. Como sabemos, los
90 suponen un periodo de tímido resurgimiento del cine
independiente. Directores de cine no comercial como Jim Jarmush ven
su carrera relanzada y surgen nuevos nombres como Tarantino,
Linklater o Fincher que devuelven el cine de autor a los círculos de
masas. En este contexto, el propio Eastwood desempolvaría su
revolver para traer en 1992 la admirada "Sin Perdón"
mientras nuevos títulos devolvían el génenro a las grandes
pantallas tanto con grandes producciones como "Bailando con
lobos" o "Tombstone" como con otras más modestas pero
igualmente interesantes como "Dead Man". Quizá por el
propio cambio generacional, estas películas muestran una visión
deconstruida del Oeste Americano. Hablamos de un público que
disfrutó en su juventud durante los años 60 del gran apogeo del
género y ahora, treinta años después, tienen diferentes
sensibilidades, han pasado por diferentes experiencias vitales y por
lo tanto buscan un cine que diga cosas diferentes. Así, películas
como Sin Perdón vienen a ofrecer (nuevamente) una mirada desmitificadora sobre el género, pero esta vez desde la perspectiva
de la madurez, sudvirtieno así los cánones identitarios principales
del género y trayendo nuevos temas a la palestra como puede ser la
cuestión racial o los desequilibrios socioeconómicos.
Pero quizá el aspecto más interesante
de esta nueva ola del western sea el tratamiento de los indios. Como
habíamos expuesto antes, en el cine del Oeste el personaje colectivo
de los Nativos Americanos representaba la otredad, el elemento ajeno
y externo a la sociedad estadounidense (y antes de que nadie se me
adelante, soy consciente de a ironía del hehco de que el género
cinematográfico más típicamente americano vea a los nativos
americanos como a un "otro", pero como un amigo mío me
decía cuando vivía en las Américas, "es que los gringos
tienen cosas muy raras"). En los 90 se produce en EEUU un hecho
cataclismo que redefine la identidad de Estados Unidos como nación.
El fin de la Guerra Fría y el colapso de la URSS supone el fin de
más de 40 años de un mundo bipolar.Estados Unidos, que había
construido su identidad en buena medida como oposición a su
antagonista natural soviético, se veía ahora en un contexto
diferente en el que el desconocido, el diferente, ya no era
necesariamente una amenaza y que de alguna forma obligaba a que el
país replantease sus relaciones con el resto del mundo. La respuesta
a esto es un cine que comienza a interesarse por los Nativos
Americanos. Películas como "Bailando con los lobos" o, con
un presupuesto más modesto, "Dead man" abandonan las
narrativas tradicionales que antagonizan las figuras de indios y
vaqueros para proponer una mirada más relativista y crítica con
respeto a las relaciones entre estos dos pueblos. En ocasiones, esto
también es cierto, se caerá en la fetichización de estas culturas
en una re-edición del mito del buen salvaje que verá en las el
contrapunto a todos los males de una sociedad urbana, industrial y
modernizada cada vez más concienciada sobre problemas como el cambio
climático, la desigualdad socioceconómica o el consumismo.
No obstante, el western de los 90 y en
especial los 2000, y de la mano del optimismo de la era Clinton y el
patriotismo revigorizado de las dos legislaturas de Bush, escapa de
la acidez del western revisionista de los 60 y 70 y en su lugar vemos
un ejemplo de películas metamodernistas (es decir, que combinan
elementos tanto del idealismo del western clásico de los 50 como de
la crítica y el cinismo del spaghetti western de los 60-70). De esta
forma, el oeste que vemos en películas como "Apaloosa",
"Open Range" o "El asesinato de Jesse James"
(película totalmente infravalorada que está entre mis 5 westerns
favoritos de todos los tiempos) presentan una visión en parte
romantizada del Oeste que, sin caer en una idealización, y mostrando
sin pudor sus sombras y contradicciones, rescata igualmente este
periodo como una pieza clave para la identidad de EEUU como sociedad
y utiliza una representación realista y descarnada del mismo y su
contexto para reivindicar valores similares a aquellos que
caracterizan al western clásico y que se consideran consustanciales a
la identidad de Estados Unidos como nación (no es casualidad que
buena aprte de estos westerns estén protagonizados por Kevin
Costner, el actor que, junto con Tom Hanks, mejor personifica cómo
los Estados Unidos se ven a si mismos.)
Pero como hemos visto, el género del
western, ya disfrute de mayor o menor popularidad, está para siempre e
indisolublemente ligado al alma de América, y mientras en estos años
se estaba gestando una crisis económica, social y de valores sin
precedentes cercanos, el western estaba gestando un nuevo subgénero
que estaba a punto de imprimir una revolución silenciosa en el mundo
del cine y la cultura popular, el Neowestern.
Uno de mis géneros favoritos, el
Neowestern se define como un tipo de cine que tiene las mismas tramas
y temas, así como similares personajes y contextos geográficos que
el western pero se desarrolla en la actualidad. Si bien este género
ya había gozado de cierta popularidad entre el público de masas con
Rober Rodriguez y la triología de "El Mariachi" o "Fargo"
de los hermanos Coen, será en la última década cuando este cine
logre realmetne consolidarse con películas de presupuestos
relativamente discretos que funcionarán sorprendetemente bien en
taquilla, como "Mud", "Out of furnance","Wild
River", "No country for old men", "Sweet
Virginia", "Killing them softly" o "Logan"
(si, ya se que esta tiene cierta polémica por tratarse en teoría de
una película de ciencia ficción y superhéroes, pero por si no
fueran suficientes las propias declaraciones del director diciendo
que esencialmente la ideó como un western y que el elemento de
superheroe fue poco más que un truco de marketing para lograr el
presupuesto que necesitaban, la propia ficha técnica de la película
en IMDb la considera un western, así que no hay más que hablar.) y
desde luego la enorme "Hell or High Water" que en los Oscar
de 2017 lograría una nominación a mejor película y un éxito de
público y critica que lograría que hasta los más reacios aceptaran
el Neowestern como un subgénero de pleno derecho.
Este tipo de cine conectará con una
serie de tribulaciones omnipresentes en la sociedad americana post
recesión de 2008 de dos formas complementarias. Por un lado, los
directores y guionistas volverán su mirada a la América rural y de
interior, a las sociedades más afectadas por la depresión
económica. La américa sacudida por el cierre de factorías y el
éxodo rural. La América olvidada. Y lo hacen buscando un
esencialismo, un retorno a lo que estos creadores entienden que es la
realidad básica de Estados Unidos como nación. Como respuesta a un
proceso de globalización que en parte parece pretender erosionar la
identidad del pueblo americano, el neowestern es un cine que vuelve a
sus raíces y las examina no para criticarlas o deconstruirlas sino
para entenderlas y reclamarlas. En una industria del cine que cada
vez busca manufacturar espectáculos audiovisuales lo más
universalistas posibles para que se puedan vender bien en taquilla en
China, el Neowestern busca todo lo contrario, centrarse en las
inquietudes más representativas del país. Estas no son películas
que caigan en el idealismo absurdo o que eviten representar las
sombras de este estilo de vida (el desempleo, la adicción a las
apuestas , el alcohol y las drogas, el endeudamiento excesivo, etc.)
y desde luego el tono pesimista y casi decadente del wester
revisionsita pervive en estas obras, sino que este subgénero admite
estas sombras como parte de las contradicciones del propio país y
las contrapone nuevamente a un conjunto de valores que se interpretan
como inherentes a estas comunidades, como pueden ser el sentimiento
de comunidad, la justicia o el respeto por los lazos familiares (en
"Out of furnance" por ejemplo, la película gira en torno a
un protagonista que, tras salir de la cárcel, buscará para dar caza
al hombre que asesinó a su hermano por una deuda de juego después
de que la justicia ordinaria falle.). En otras palabras, el
revisionismo y la deconstrucción del género en este caso no sirve
para cuestionar los valores tradicionales americanos sino para
rescatarlos.
Por otro lado, y en consonancia con lo
que pasaba en el cine de los 50, vuelve a aparecer un enemigo
distante pero omnipresente que supone una amenaza existencial para
los personajes de estas películas. Esta vez en cambio no son los
pobladores nativos americanos sino otro enemigo mucho más poderoso,
las grandes corporaciones, los oligopólios, el mundo financiero y la
reconversión industrial, quienes aparecen como la nueva gran amenaza
de las clases medias y los honrados trabajadores que encarnan el
verdadero espíritu americano. Así, en "Hell or High Water"
por ejemplo, si bien la película sigue el juego del gato y el ratón
existente entre un sheriff y dos hermanos que asaltan bancos, la gran
amenaza que está siempre de fondo será el banco que desea embargar
el rancho de los protagonistas aprovechando la crisis. En "Mud",
película que transformó la carrera de Matthew McConaughey, la
historia presenta a un preadolescente que conoce a un hombre
perseguido por la justicia por disparar al tipo que agredió a su
novia y narra cómo este le ayuda a esquivar a la justicia, pero
nuevamente la gran amenaza de fondo son los inversores que quieren
comprar todas las tierras del poblado donde este jovencito vive para
edificar en ellas. En Wild River observamos cómo es nuevamente una
gran empresa (o en este caso las personas que trabajan para ella)
quienes cometen un crimen en una reserva india, obligando al ranger
Cory Marshall a hacer justicia por su cuenta. Pero quizá el mejor
ejemplo se encuentre precisamente en Logan, en donde una poderosa
empresa tecnológica, caracterizada entre otras cosas por arruinar a
los pequeños propietarios agrícolas de todo el país con la
competitividad de sus cultivos transgénicos, perseguirá al
protagonsita y a una niña por todo el Medio Oeste americano con
perversas intenciones.
Así pues, el Neowestern encarnará no
solo la reivindicación de unas denostadas comunidades, alejadas de
la vorágine urbanita de las costas Este y Oeste, que se entiende
como la olvidada columna vertebral de América, sino que también
reciclará los códigos del western en un contexto contemporáneo para
tratar las inquietudes que hoy en día protagonizan las inquietudes
de la población estadounidense.
En resumidas cuentas, el Western no es
el género cinematográfico americano por casualidad. Como hemos
visto, su lenguaje audiovisual, sus características y sus temas han
estado en constante evolución, adaptándose y reciclándose siempre
junto con las necesidades, sensibilidades y demandas de la sociedad
estadounidense. Observar el cine del Oeste es, por lo tanto, en
cierta manera, adentrarse en la psicología de Estados Unidos como
nación, un país tan grande, complejo, y en ocasiones
contradictorio que a través de su cine forjará una importante parte
de su identidad. Es por ello que entender el Western, su subgéneros,
sus influencias y sus evoluciones es una condición sine qua non para
comprender el pasado y el presente de este país.